Del corazón abierto de Cristo, salen unos rayos luminosos que representan el amor por todas las miserias de la condición humana. El Dios de los miserables le abre la puerta de la esperanza a todos. Él ilumina la sombra de nuestros corazones y fortalece nuestro amor, si nos dejamos alumbrar por el suyo, que ama a los pecadores, a los pobres y a los más débiles de la tierra.
San Juan Pablo II en su encíclica Dives in misericordia anunciaba tres compromisos ante la Misericordia Divina: PROCLAMARLA (Dios me ama, Dios te ama), PRACTICARLA (dejarse amar y amar a todos) Y VIVIRLA (hacer de la vida un acto de amor).
"La misericordia cambia el mundo, hace al mundo menos frío y más justo. El rostro de Dios es el rostro de la misericordia, que siempre tiene paciencia. [...] Dios nunca se cansa de perdonarnos. El problema es que nosotros nos cansamos de pedirle perdón. ¡No nos cansemos nunca! Él es el padre amoroso que siempre perdona, que tiene misericordia con todos nosotros" Francisco I.
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