Un papa que sonríe, que da las buenas tardes, que hace una broma apenas unos minutos después de recibir el nombramiento de sucesor de Pedro, que es jesuita como tantos otros que consiguieron hacer caminar de la mano la fe y el conocimiento, que vivía en un apartamento en vez de en un palacio cardenalicio y se montaba en el transporte público para ir a confortar a los enfermos y a los pobres, un papa que hace ocho años pudo serlo y dijo que pase de mí este cáliz, un papa que viene del nuevo mundo, que tiene cara de buena persona y que elige el sencillo nombre de Francisco es una oportunidad a la esperanza.

Todavía desde el balcón, Francisco quiso hacerse cómplice de la
infantería de la Iglesia: "Comenzamos este camino, obispo y pueblo
juntos". Hace cuatro años, en octubre de 2009, el cardenal Bergoglio alzó la voz con dureza para criticar al Gobierno argentino y también a la sociedad por no
impedir el aumento de la pobreza. Una pobreza que definió como “inmoral,
injusta e ilegítima”, impropia de un país tan poderoso. "Los derechos
humanos", dijo, "se violan no solo por el terrorismo, la represión y los
asesinatos, sino también por estructuras económicas injustas que
originan grandes desigualdades".
Deseamos toda la ayuda de Dios a nuestro nuevo Papa, Francisco I.
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